
La era de las redes sociales ha hecho una labor increíble a la hora de conectarnos… en apariencia. En cuestión de segundos podemos acceder a cientos de imágenes, vídeos y textos de otras personas. Un mundo hiperconectado, una sensación de cercanía rápida y absoluta. La transmisión de información nunca había sido tan veloz. Sin embargo, ¿cuál es el coste? No existe un beneficio sin un precio asociado.
En la práctica clínica cada vez se escucha a más personas que se sienten solas, aunque técnicamente están conectadas. Qué paradójico. Entre los efectos que se repiten con frecuencia aparece el ghosting, un término que se usa para describir cuando alguien desaparece de forma repentina, sin explicación. Y lejos de ser algo banal, suele dejar una huella emocional profunda en quien lo vive. Las personas que se han comunicado por internet probablemente entenderán muy bien a qué me refiero.
Este artículo se centra en destacar uno de los costes que están teniendo las redes sociales en el aumento de la soledad. No desde un enfoque descriptivo o culpabilizador, sino con la intención de mostrar y proponer posibles salidas.
Ante una dificultad, las personas suelen exponerse y, con el tiempo, terminan aprendiendo cómo afrontarla. Por ejemplo, ¿te sientes solo? En ese caso, si lo que hay es una necesidad de conexión, podrías explorar la posibilidad de hablar con otras personas y construir vínculos que te hagan sentir visto. El problema de las redes sociales no es solo la superficialidad de muchos de esos vínculos, sino también la dificultad que suponen para aprender a construirlos desde la experiencia directa. Veamos por qué.
El aprendizaje de habilidades sociales nace de exponerse, observar y aprender. Cuando estás en persona, puedes captar miles de gestos. Por ejemplo, si dices A, luego B, y después C, puedes observar cómo reacciona la otra persona ante todo lo que dices. También puedes fijarte en cómo te reciben nada más verte, lo cual ya te da algunas pistas. Puedes leer las caras, los gestos de las manos, la postura corporal, el tono con el que te hablan.
En una conversación presencial hay millones de claves contextuales que te permiten discriminar el efecto de tus palabras, de tu presencia, de tus silencios. Además, puedes intuir si alguien está dispuesto a abrirse o si, simplemente, no tiene un buen día. Todo esto lo puedes percibir gracias a la información que ofrece el entorno físico, lleno de matices que no se pueden replicar.
El coste de comunicarnos por internet reside en la ausencia de esas claves que antes mencionábamos. Sin información contextual, cualquier pequeño detalle (como la longitud de los mensajes, los emoticonos o los tiempos de respuesta) cobra un peso desproporcionado. Esta falta de referencias puede resultar perturbadora. No es un fallo, sino la respuesta natural de tu cuerpo, que trata de adaptarse a un medio sin referentes claros.
Cuando alguien con quien estás hablando desaparece de repente (lo que conocemos como ghosting), te quedas sin señales que te ayuden a entender qué ha pasado. Y cuando no podemos entender, nos sentimos perdidos.
Esa falta de información puede ser devastadora. No puedes atribuirla a nada concreto, y tampoco puedes aprender cómo adaptarte. Lo único que queda es una sensación de indefensión. Y cuando uno se siente así, puede acabar tomando una decisión silenciosa: no volver a intentarlo.
Pero… ¿el problema es el ghosting? ¿O quizá el problema es el medio que estamos usando para vincularnos?
Escribir por internet es fácil. Es rápido, cómodo, no nos expone. Podemos pensar bien cada palabra. Suena ideal. Es un lujo… pero también un pastel envenenado. Tan envenenado que puede llevarnos a sentirnos profundamente solos, sin capacidad real para construir vínculos, sin oportunidad para desarrollar habilidades sociales. Y así, otra vez, nos volvemos indefensos.
¿Qué posible solución hay ante esto? Deja de usar internet como vía principal para vincularte con otras personas. Queda con ellas, en persona. ¿Cuesta más? Sí, exacto. Hacerlo por internet es más fácil a corto plazo, pero lo que parece fácil a primera vista suele tener un coste alto a medio y largo plazo.
¿Te cuesta más exponerte en persona? Es normal. Pero si haces ese esfuerzo al principio, los resultados llegan después: vínculos más profundos, aprendizajes más reales. No utilices las conversaciones digitales como base para conectar. Vuelve a la vida. Vuelve a la experiencia. El mundo fuera de internet está lleno de señales, de matices, de oportunidades para volverte más hábil. Te hará mejor leyendo al otro, y también leyéndote a ti.
Si sigues dependiendo del medio digital, probablemente seguirás experimentando rechazos… y lo más frustrante: sin poder comprender qué los está causando.
La publicación del presente artículo en el Sitio Web de Doctoralia se hace bajo autorización expresa por parte del autor. Todos los contenidos del sitio web se encuentran debidamente protegidos por la normativa de propiedad intelectual e industrial.
El Sitio Web de Doctoralia Internet S.L. no contiene consejos médicos. El contenido de esta página y de los textos, gráficos, imágenes y otro material han sido creados únicamente con propósitos informativos, y no para sustituir consejos, diagnósticos o tratamientos médicos. Ante cualquier duda con respecto a un problema médico consulta con un especialista.