Como psicóloga especializada en infancia y adolescencia, he acompañado a numerosos jóvenes en procesos donde el uso de redes sociales ha pasado de ser una herramienta de conexión a convertirse en una fuente de ansiedad, aislamiento o dependencia emocional. Este artículo nace del deseo de ofrecer información clara, útil y empática para familias, docentes y profesionales que buscan comprender mejor esta realidad y actuar desde la prevención.
Desde finales de los años 90, las redes sociales han transformado profundamente la forma en que nos comunicamos, especialmente entre adolescentes y jóvenes. En la última década, su uso se ha consolidado como parte del día a día.
Los datos actualizados confirman una tendencia creciente en el uso temprano y frecuente de pantallas entre niños y adolescentes, con implicaciones relevantes para su salud y desarrollo.
Este nivel de exposición diaria ha generado preocupación entre profesionales de la salud mental, educadores y familias. El tiempo prolongado frente a pantallas puede afectar el desarrollo emocional, la calidad del sueño y las habilidades sociales, especialmente en etapas sensibles del crecimiento.
El uso de dispositivos digitales no solo impacta a adolescentes y jóvenes, sino que también afecta de forma significativa a niños en etapas tempranas del desarrollo. El uso prolongado y mal gestionado de dispositivos digitales puede tener efectos profundos en el desarrollo infantil y adolescente, afectando la salud física, emocional, cognitiva, social e incluso sexual.
Usar dispositivos como solución automática al aburrimiento refuerza una dependencia emocional hacia la tecnología.Las redes sociales están diseñadas para estimular el sistema de recompensa del cerebro, generando sensaciones placenteras que nos motivan a seguir interactuando con ellas. Cada “like”, comentario o nuevo contenido genera una pequeña liberación de dopamina, el neurotransmisor asociado al placer, la motivación y la repetición de conductas. Esta estimulación constante puede generar una dependencia conductual, especialmente en adolescentes y niños, cuyo sistema neurológico aún está en desarrollo.
El consumo rápido y fragmentado de contenido en plataformas como TikTok e Instagram favorece la producción de dopamina, lo que refuerza el deseo de seguir conectados y reduce la tolerancia al aburrimiento.
En consulta, es habitual ver que muchos adolescentes recurren a las redes sociales no solo por interés genuino, sino como respuesta automática al aburrimiento. Esta dinámica refuerza el ciclo de dopamina y dificulta el desarrollo de habilidades como la tolerancia a la frustración, la creatividad y la autorregulación emocional.
Además, el uso excesivo de videojuegos, especialmente los violentos, ha demostrado reducir la actividad del lóbulo frontal, región cerebral relacionada con la concentración y el control de impulsos. Esto contribuye al retraso en los procesos madurativos y a una mayor dependencia de estímulos externos para sentirse motivado.
La falta de movimiento físico también disminuye la producción natural de dopamina, lo que incrementa la necesidad de buscarla en entornos artificiales. Cuanto más sedentario es un niño, más vulnerable se vuelve a la adicción tecnológica. A mayor producción artificial, menor capacidad de generar dopamina de forma natural.
Este modelo de gratificación inmediata, propio del entorno digital, condiciona una forma de atención breve, fragmentada y cambiante, que entra en conflicto con las demandas escolares, donde se requiere concentración sostenida.
La tecnología, además, ofrece una versión simplificada y cómoda de la vida real. En los videojuegos, el niño tiene el control, todo es fácil y rápido. En cambio, la vida exige esfuerzo, espera, frustración y adaptación. Esta diferencia puede generar una preferencia por lo virtual y una desconexión emocional y social con el entorno físico.
En definitiva, el abuso de pantallas no solo altera el sistema de recompensa cerebral, sino que modifica la forma en que los niños y adolescentes perciben, procesan y responden al mundo que les rodea.
Establecer un plan digital familiar es una herramienta clave para fomentar el uso consciente, seguro y equilibrado de las tecnologías en casa. A modo de guía, comparto ejemplos de acciones que pueden ponerse en práctica desde la infancia:
Las revisiones periódicas junto a los hijos permiten detectar riesgos sin invadir su intimidad. Si surgen dificultades, no hay que dudar en buscar ayuda profesional.
En consulta, muchos padres comentan que sus hijos usan pantallas “solo cuando se aburren” y que el contenido es infantil. Sin embargo, es importante explicar que,aunque el contenido sea aparentemente inofensivo, el problema no radica solo en lo que ven, sino en cuándo y por qué lo ven. Usar dispositivos como solución automática al aburrimiento refuerza una dependencia emocional hacia la tecnología, impide que los niños desarrollen tolerancia a la espera y limita su capacidad para generar ideas propias o jugar de forma autónoma. Incluso los vídeos sin sentido, como compilaciones repetitivas o contenidos hipnotizantes, activan el sistema de recompensa del cerebro, generando placer inmediato y fomentando una conducta adictiva. Por eso, más allá de controlar el contenido, es fundamental enseñar a los niños a gestionar el aburrimiento sin recurrir siempre a una pantalla.
Desde mi experiencia clínica, hablar abiertamente sobre el uso de redes sociales con niños y adolescentes no solo ayuda a prevenir riesgos, sino que también fortalece el vínculo familiar y la confianza. No se trata de prohibir, sino de acompañar, educar y ofrecer alternativas saludables.
Si este artículo te ha hecho reflexionar, te invito a compartirlo y seguir explorando recursos que promuevan el bienestar emocional en la era digital. Además, también puedes consultar este artículo: El impacto de las redes sociales en la salud mental de los adolescentes . Pide cita con un psicólogo si crees que puedes estar sintiendo adicción a las redes sociales.
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