Rafael Sánchez Barrero

Buenas,

en la situación que describes parece claro que es su amigo quien intenta besarte en reiteradas ocasiones, existiendo una negativa tuya, por lo que eres la víctima de esa situación, pues estabas viviendo un episodio de acoso.

A partir de ahí, tienes derecho a procesar el mal trago de la manera que consideraras oportuna. En este caso necesitaste darte un margen, pues según explicas, priorizaste proteger la relación de amistad que tenía tu pareja (es decir, su bienestar) a las emociones desagradables que tu misma estarías sintiendo.

Con lo cual, si tu pareja ahora expresa que ha perdido la confianza en ti te está castigando por: que un amigo suyo te haya acosado y que hayas priorizado su bienestar al tuyo propio.

Mi consejo sería el de cuidarte tú y hacer borrón y cuenta nueva con esta situación y sobre todo no culpabilizarte de nada de lo sucedido. Si tu pareja, una vez supere el impacto negativo de la información que recibió, persiste en un trato o insinuaciones negativas hacia ti, esto por desgracia te va a dar mucha información de cómo afronta este tipo de situaciones. Si se diera este punto, deberíamos trabajar nosotros con él y el mecanismo de inseguridad que se haya podido instaurar, más que contigo.

Un saludo

Muy buenas,

la sensación de mareo y las palpitaciones son dos de los síntomas más comunes descritos por las personas que sufren ansiedad (algunos de los otros serían la sensación de que falta el aire, opresión en el pecho, nudo en la garganta y dificultad para tragar, sequedad de boca, sudoración excesiva, temblor en las extremidades, parestesias y despersonalizaciones).

La ansiedad es básicamente el "modo batalla" que tiene nuestro cuerpo para hacer frente a una amenaza, real o futura, presente o imaginada. Estos síntomas pueden monopolizar la vida de una persona pese a que no siempre existan situaciones de alto estrés o grandes amenazas en la vida de la misma.

Y lo hacen porque funcionan mediante el mecanismo de miedo al miedo: son sensaciones tan desagradables y persistentes que cuando notamos que están presentes (y además nuestra percepción se ha agudizado en notar dichos síntomas) aparece una reacción automática de miedo (con pensamientos tipo: ya estamos otra vez, otro día que voy a estar mal todo el tiempo, esto no se va a acabar nunca) que desencadena una respuesta de ansiedad en nuestro sistema nervioso y, por tanto, agudiza los síntomas iniciales (el cuerpo combate el fuego con más fuego).

La manera de romper esta dinámica en bucle parte de instaurar una nueva relación con nuestra ansiedad, basada más en la aceptación que en la lucha, en el autocuidado y en desarrollar herramientas útiles para los peores picos (respiración, mindfulness, distractores, sensaciones físicas).

La paradoja es que cuando decidimos convivir con la ansiedad sabiendo que esto implica la idea de aceptar pasarlo mal durante algún tiempo más, pero relativizando su gravedad e incidencia y vamos perdiéndole el respeto, progresivamente va perdiendo intensidad (pues cada vez estos síntomas desencadenan una menor respuesta de amenaza, y como biológicamente están programados para períodos breves de activación, empezarán a darnos un respiro), momento que hay que aprovechar para recuperar, poco a poco, todo aquello que nos llenaba del pasado y nuestro ritmo de vida habitual a pesar de estar sufriendo aún.

La ayuda de un terapeuta en las fases iniciales de este proceso de cambio es recomendada