
Hablar de salud mental es hablar de personas. De sus miedos, sus historias, sus heridas y sus formas de enfrentarse al mundo. Sin embargo, aún hoy, muchas personas evitan hablar de ello por miedo al rechazo, la incomprensión o el juicio. Esto tiene un nombre: estigma social. Y cuando hablamos de salud mental, ese estigma puede convertirse en un obstáculo silencioso, pero muy poderoso, que impide a muchas personas pedir ayuda, expresar lo que sienten o iniciar un proceso de sanación.
Desde mi experiencia como psicóloga especializada en trauma y terapias de tercera generación, como la terapia de aceptación y compromiso (ACT) y el EMDR, he podido acompañar a muchas personas que, además de lidiar con su propio sufrimiento, también tienen que enfrentarse al peso del estigma. Este artículo quiere ser una invitación a mirar este fenómeno de frente y comprender cómo nos afecta — y cómo podemos protegernos.
El estigma social es una forma de discriminación que aparece cuando una persona es señalada, rechazada o excluida por pertenecer a un grupo que la sociedad considera “diferente” o “problemático”. En el caso de la salud mental, esto se traduce en creencias erróneas como: “ir al psicólogo es de débiles”, “si tienes ansiedad no puedes trabajar bien”, o “quien va a terapia es porque está loco”.
Este estigma puede manifestarse de tres formas principales:
El problema es que, aunque el estigma se base en prejuicios y desinformación, sus consecuencias son muy reales.
El estigma social no solo alimenta el silencio, sino que puede empeorar los síntomas de quienes ya están atravesando un momento difícil. A continuación, algunos de sus efectos más habituales:
Desde la psicología del trauma sabemos que la validación, el acompañamiento y el entorno son fundamentales para la recuperación. Cuando el entorno estigmatiza, niega o juzga, lo que hace es agravar la herida.
Aunque el estigma social no depende directamente de nosotros, sí podemos cultivar estrategias personales que nos ayuden a resistir su impacto y fortalecer nuestra autoestima:
El estigma social hacia la salud mental sigue siendo una barrera dolorosa para muchas personas. Nos impide hablar con naturalidad de lo que nos pasa, pedir ayuda a tiempo o incluso tratarnos con la amabilidad que merecemos. Por eso, visibilizarlo es el primer paso para desmontarlo.
Como psicóloga, me he especializado en acompañar procesos donde el trauma, la vergüenza y el autoestigma están muy presentes. Y sé, por experiencia, que cuando se genera un espacio seguro, sin juicio, algo profundo puede comenzar a transformarse. Nadie debería sentirse solo ni defectuoso por atravesar una dificultad emocional.
Hablar de salud mental es hablar de dignidad. Y cada vez que lo hacemos, contribuimos a romper el silencio que aún envuelve a tantas personas.
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