Detectar de manera precoz alteraciones visuales durante los primeros años de vida resulta de vital importancia, de ahí la necesidad de realizar una consulta ocular profesional en etapas tempranas. Entre los dos y tres años de edad, el niño comienza la actividad de acomodación visual, a la par que eclosiona su curiosidad. Existen síntomas de alarma como que el niño gire la cabeza de forma preferente al fijarse, que parpadee repetidamente, guiñe los ojos, se le enrojezcan o se queje de visión borrosa; los cuales pueden indicarnos un defecto como hipermetropía, astigmatismo o miopía. La ambliopía (ojo vago), el estrabismo o la leucocoria, son algunos de los hallazgos que debemos descartar.