Las redes sociales forman parte de la vida cotidiana: nos informan, conectan y entretienen. Sin embargo, también pueden distorsionar la forma en que nos vemos a nosotros mismos. La comparación social constante (compararnos con la vida, el cuerpo, la pareja o los logros de otras personas) y ciertos mecanismos adictivos propios de las plataformas (notificaciones intermitentes, “me gusta”, scroll infinito) pueden afectar al estado de ánimo, a la autoestima e incluso a nuestras relaciones.
En este artículo explicaré, con un lenguaje cercano y basado en mi práctica clínica, cómo se entrelazan la comparación social y el uso problemático de redes, qué señales conviene vigilar y qué estrategias concretas pueden ayudarte a recuperar una relación más sana con la tecnología.
La psicología social describe dos direcciones de comparación que, en el ecosistema digital, se acentúan por el formato visual y la edición constante de contenidos:
En redes sociales, la muestra no es representativa: vemos “highlights” editados, filtros, hábitos de consumo o cuerpos que no reflejan la media. El cerebro, sin embargo, procesa esas imágenes como si fueran el “estándar”. El resultado es doble: sesgo de disponibilidad (lo que más vemos nos parece más frecuente) y falacia de proyección (creer que los demás viven así todo el tiempo). En consulta observo que cuando se combina comparación ascendente crónica con épocas de estrés, aumentan los pensamientos del tipo “no valgo”, “voy tarde”, “mi relación es peor que la de los demás”. Si te reconoces en el miedo a ‘quedarte fuera’, puedes ampliar con algunos consejos para vivir sin FOMO.
La comparación social no es “mala” en sí misma; se vuelve dañina cuando ocurre constantemente.Aunque no exista un diagnóstico universal único de “adicción a redes”, sí reconocemos patrones problemáticos que promueven el uso compulsivo. Entenderlos ayuda a diseñar intervenciones más eficaces:
Cuando estos factores se juntan con vulnerabilidades personales (ansiedad, estado de ánimo bajo, soledad), el tiempo en redes puede desplazar sueño, estudio, trabajo, ejercicio o relaciones presenciales y agravar el malestar.
Si aparecen varios de los siguientes indicadores durante al menos 3–4 semanas, conviene consultar a un profesional de la salud mental:
Medidas de entorno (menos fuerza de voluntad, más diseño):
Franjas temporales:
Hora de cierre:
La terapia psicológica (individual o terapia de pareja) ofrece herramientas personalizadas, aborda creencias nucleares (“no valgo”, “llego tarde”) y acompaña a recuperar hábitos protectores.
La comparación social no es “mala” en sí misma; se vuelve dañina cuando ocurre constantemente, con muestras sesgadas y al servicio de la búsqueda de validación. Las redes sociales, por su diseño, tienden a amplificarla y a mantenernos conectados más allá de lo que nos conviene. La buena noticia es que pequeños cambios de entorno y hábitos producen mejoras reales: higiene digital, reeducación atencional, curar el feed y, si lo necesitas, acompañamiento psicológico. Si te has reconocido en varias señales de alerta, no lo dejes para “cuando pase esta racha”. Pedir ayuda a tiempo evita cronificar el malestar y te permite volver a usar la tecnología como una herramienta a tu favor. Puedes pedir cita con un psicólogo si estás sintiendo adicción a las redes sociales.
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