Hola, quiero saber si es normal que un bebé de 18 meses tenga tanta rabia, llore con mucha fuerza y
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Hola, quiero saber si es normal que un bebé de 18 meses tenga tanta rabia, llore con mucha fuerza y se tire hacia atràs, también se golpea fuerte la cabeza con ambas manos, nos pega cachetadas o manotazos, suele suceder la mayoria de las vecea cuando le decimos que no ante peligros, y también de la nada, necesitamos orientación.
Hola. Lo que describes es bastante común en esta etapa del desarrollo. A los 18 meses, los niños comienzan a afirmar su voluntad, pero aún no tienen los recursos internos para manejar la frustración o el desbordamiento emocional. Cuando sienten rabia o miedo, el cuerpo se convierte en su principal vía de expresión: lloran, se tiran hacia atrás o se golpean, no por intención, sino porque todavía no pueden traducir lo que sienten en palabras o gestos más elaborados.
Más que la contención en sí, lo que verdaderamente ayuda al niño a desarrollarse de forma sana es la aceptación profunda y el disfrute genuino de los padres hacia él. Cuando un padre o una madre puede sostenerlo sintiendo placer por tenerlo en brazos (incluso en medio de su enfado o su llanto), el niño percibe algo fundamental: que su existencia no es un problema, sino algo querido. Desde esa base de aceptación emocional comienza a calmarse y a construir seguridad.
Por eso, además de acompañar y protegerlo en los momentos difíciles, es importante que los padres puedan revisar cómo se sienten ante su malestar. Si se angustian demasiado o sienten rechazo, el niño lo percibe, incluso sin palabras, y puede llegar a sentirse como la causa del sufrimiento de sus padres. Esa vivencia, si se repite, puede resultar confusa y dolorosa para él.
Tu hijo no busca hacer daño: está pidiendo ayuda para aprender a calmarse. Si tú o su otro progenitor lográis conectar con el disfrute de tenerlo, con la ternura que despierta más allá del cansancio, él empezará a incorporar ese clima emocional como parte de sí mismo. En caso de que estas situaciones os desborden o se vuelvan muy intensas, un psicólogo infantil puede acompañaros para comprender mejor lo que ocurre y ofrecer herramientas para transitar esta etapa con más serenidad y confianza.
Te mando mucho ánimo.
Un cordial saludo.
Más que la contención en sí, lo que verdaderamente ayuda al niño a desarrollarse de forma sana es la aceptación profunda y el disfrute genuino de los padres hacia él. Cuando un padre o una madre puede sostenerlo sintiendo placer por tenerlo en brazos (incluso en medio de su enfado o su llanto), el niño percibe algo fundamental: que su existencia no es un problema, sino algo querido. Desde esa base de aceptación emocional comienza a calmarse y a construir seguridad.
Por eso, además de acompañar y protegerlo en los momentos difíciles, es importante que los padres puedan revisar cómo se sienten ante su malestar. Si se angustian demasiado o sienten rechazo, el niño lo percibe, incluso sin palabras, y puede llegar a sentirse como la causa del sufrimiento de sus padres. Esa vivencia, si se repite, puede resultar confusa y dolorosa para él.
Tu hijo no busca hacer daño: está pidiendo ayuda para aprender a calmarse. Si tú o su otro progenitor lográis conectar con el disfrute de tenerlo, con la ternura que despierta más allá del cansancio, él empezará a incorporar ese clima emocional como parte de sí mismo. En caso de que estas situaciones os desborden o se vuelvan muy intensas, un psicólogo infantil puede acompañaros para comprender mejor lo que ocurre y ofrecer herramientas para transitar esta etapa con más serenidad y confianza.
Te mando mucho ánimo.
Un cordial saludo.
Las rabietas pueden resultar muy abrumadoras. Deciros que habitualmente empiezan alrededor de los 12 meses y justamente se hacen más frecuentes entre los 18 meses y los 2 años de edad. Normalmente, entre los 2 y los 3 años se hacen más intensas, y a partir de aquí empiezan a disminuir tanto en frecuencia como en intensidad.
Todo esto tiene una explicación lógica y muy sencilla: está directamente relacionado con la capacidad a esas edades para expresar necesidades y la evolución del lenguaje, que todavía no está suficientemente desarrollada. Además, tampoco está desarrollado el autocontrol y la gestión de las emociones. Digamos que es su manera de mostrarnos que hay alguna necesidad que quieren satisfacer, que no siempre tiene que referirse a algo grave. Puede ser una necesidad básica (hambre, sueño, frío, calor...), puede ser un deseo (desplazarse, coger o tener algo, probar un límite, ver cómo reacciona un objeto cuando lo tiro al suelo...), puede ser su manera de expresar una frustración, etc.
Pero hay algo que tenemos que tener claro: si es una rabieta como conducta habitual, nunca viene de la nada. Antes ha habido algún detonante, otra cosa es que las personas adultas no sepamos identificarlo. Además, la manera en la que esas rabietas se hacen más intensas o frecuentes suele depender de las reacciones que tenemos respecto a esa conducta tanto antes como después y del temperamento del niño/a. Me refiero, por una parte a la prevención, por ejemplo, a través de las rutinas o la manera que tenemos de comunicarnos; y por otra parte, sin hablar de trastornos del desarrollo, hay niños/as que van a manifestar sus emociones de una manera más intensa y frecuente que otros/as, simplemente por su "forma de ser" y su "genética". Pero las personas adultas somos las encargadas de modularlo y modelarlo.
Golpearse la cabeza a veces es una forma de liberar tensión o autoconsuelo (ritmo propio) o una reacción sensorial. Pegar o dar manotazos suele aparecer cuando el niño no sabe expresar su disgusto de otra forma. No lo hace “a propósito para portarse mal”, sino porque aún está aprendiendo límites sociales y a regularse.
Para poder responder a si es normal o no, hace falta más información, por ejemplo: cuándo empezaron las rabietas por primera vez o si desde bebé lloraba mucho; cuánto tiempo duran las crisis, la frecuencia o si hay un patrón horario; qué suele preceder a la rabieta (¿qué suele hacer el adulto en los segundos previos? advertir, decir “no”, reírse, negarle algo, retirarse... ¿podemos identificar patrones anticipatorios o "advertencias" de que va a reaccionar así? ¿cómo respondéis a eso?), cómo actuáis durante la rabieta, qué sucede después, cómo lo calmáis; cómo son las rutinas (¿podría deberse a factores fisiológicos o emocionales?); antecedentes médicos y familiares; cómo son sus patrones de comunicación, interacción y relación con iguales y personas adultas, etc. Haría falta realizar un registro durante unas semanas para observar si aparece un patrón y poder hacer de la situación algo más comprensible y manejable.
Ya que, tal y como os comento, falta tanta información, os recomiendo consultar con pediatría para descartar otras condiciones del neurodesarrollo que pudieran estar influyendo. Es más, si observáis señales de alarma como que las rabietas son tan intensas que se hace daño o pierde el conocimiento; si deja de hablar o de usar gestos que ya tenía; si no responde al nombre o apenas busca contacto visual; si repite movimientos de forma constante sin calmarse con el consuelo, o si todo empezó de manera repentina y distinta a como era antes, plantearía consulta con neuropediatría.
Hasta que acudáis a consulta especializada, os recomiendo lo siguiente: mantener la seguridad del niño durante la rabieta; establecer rutinas; dar aviso antes de situaciones que puedan ser conflictivas ("cuando acabemos de jugar vamos a bañar", "cuando se acabe el cuento apagamos la luz y a dormir"); durante la rabieta voz calmada, contención física si el niño lo permite, abrazo; después, dar cariño, sostener y dar seguridad, validar y nombrar la emoción ("estabas muy enfadado porque no te he dejado tirar los juguetes, pero en lugar de tirarlos al suelo los podemos tirar a la caja de guardar, así"); registrar cuándo pasa (hora, qué pasó antes, cuánto dura, qué pasa después) y observar si hay un patrón y ajustar.
Mucho ánimo.
Todo esto tiene una explicación lógica y muy sencilla: está directamente relacionado con la capacidad a esas edades para expresar necesidades y la evolución del lenguaje, que todavía no está suficientemente desarrollada. Además, tampoco está desarrollado el autocontrol y la gestión de las emociones. Digamos que es su manera de mostrarnos que hay alguna necesidad que quieren satisfacer, que no siempre tiene que referirse a algo grave. Puede ser una necesidad básica (hambre, sueño, frío, calor...), puede ser un deseo (desplazarse, coger o tener algo, probar un límite, ver cómo reacciona un objeto cuando lo tiro al suelo...), puede ser su manera de expresar una frustración, etc.
Pero hay algo que tenemos que tener claro: si es una rabieta como conducta habitual, nunca viene de la nada. Antes ha habido algún detonante, otra cosa es que las personas adultas no sepamos identificarlo. Además, la manera en la que esas rabietas se hacen más intensas o frecuentes suele depender de las reacciones que tenemos respecto a esa conducta tanto antes como después y del temperamento del niño/a. Me refiero, por una parte a la prevención, por ejemplo, a través de las rutinas o la manera que tenemos de comunicarnos; y por otra parte, sin hablar de trastornos del desarrollo, hay niños/as que van a manifestar sus emociones de una manera más intensa y frecuente que otros/as, simplemente por su "forma de ser" y su "genética". Pero las personas adultas somos las encargadas de modularlo y modelarlo.
Golpearse la cabeza a veces es una forma de liberar tensión o autoconsuelo (ritmo propio) o una reacción sensorial. Pegar o dar manotazos suele aparecer cuando el niño no sabe expresar su disgusto de otra forma. No lo hace “a propósito para portarse mal”, sino porque aún está aprendiendo límites sociales y a regularse.
Para poder responder a si es normal o no, hace falta más información, por ejemplo: cuándo empezaron las rabietas por primera vez o si desde bebé lloraba mucho; cuánto tiempo duran las crisis, la frecuencia o si hay un patrón horario; qué suele preceder a la rabieta (¿qué suele hacer el adulto en los segundos previos? advertir, decir “no”, reírse, negarle algo, retirarse... ¿podemos identificar patrones anticipatorios o "advertencias" de que va a reaccionar así? ¿cómo respondéis a eso?), cómo actuáis durante la rabieta, qué sucede después, cómo lo calmáis; cómo son las rutinas (¿podría deberse a factores fisiológicos o emocionales?); antecedentes médicos y familiares; cómo son sus patrones de comunicación, interacción y relación con iguales y personas adultas, etc. Haría falta realizar un registro durante unas semanas para observar si aparece un patrón y poder hacer de la situación algo más comprensible y manejable.
Ya que, tal y como os comento, falta tanta información, os recomiendo consultar con pediatría para descartar otras condiciones del neurodesarrollo que pudieran estar influyendo. Es más, si observáis señales de alarma como que las rabietas son tan intensas que se hace daño o pierde el conocimiento; si deja de hablar o de usar gestos que ya tenía; si no responde al nombre o apenas busca contacto visual; si repite movimientos de forma constante sin calmarse con el consuelo, o si todo empezó de manera repentina y distinta a como era antes, plantearía consulta con neuropediatría.
Hasta que acudáis a consulta especializada, os recomiendo lo siguiente: mantener la seguridad del niño durante la rabieta; establecer rutinas; dar aviso antes de situaciones que puedan ser conflictivas ("cuando acabemos de jugar vamos a bañar", "cuando se acabe el cuento apagamos la luz y a dormir"); durante la rabieta voz calmada, contención física si el niño lo permite, abrazo; después, dar cariño, sostener y dar seguridad, validar y nombrar la emoción ("estabas muy enfadado porque no te he dejado tirar los juguetes, pero en lugar de tirarlos al suelo los podemos tirar a la caja de guardar, así"); registrar cuándo pasa (hora, qué pasó antes, cuánto dura, qué pasa después) y observar si hay un patrón y ajustar.
Mucho ánimo.
Es normal que los bebés tengan este tipo de reacciones debido a su inmadurez emocional. A esta edad aún no cuentan con un buen control para expresar lo que sienten, por eso recurren a manifestaciones intensas como llorar, tirarse hacia atrás o golpearse.
Es importante ayudarle a desarrollar su inteligencia emocional, poniendo nombre a la emoción (“entiendo que estás enfadado porque querías eso”) y enseñándole poco a poco formas adecuadas de expresarla.
Por parte de los papás, lo fundamental es mantener la calma, evitar reaccionar con enfado y reconducir la situación desde la empatía y la comprensión, mostrando siempre límites claros pero afectivos.
Es importante ayudarle a desarrollar su inteligencia emocional, poniendo nombre a la emoción (“entiendo que estás enfadado porque querías eso”) y enseñándole poco a poco formas adecuadas de expresarla.
Por parte de los papás, lo fundamental es mantener la calma, evitar reaccionar con enfado y reconducir la situación desde la empatía y la comprensión, mostrando siempre límites claros pero afectivos.
Normal no es , habitual si lo es pero primero el pediatra debería de determinar posibles causas médicas que si no se observan debería pasar a evaluación psicológica considerando desde cuando , la intensidad la frecuencia y la situación en la que estos comportamiento se están dando
Hola, ¿has consultado con un especialista?, ¿se lo has comentado al pediatra?. Parece ser que ocurre cuando el niño se frustra, hay que ver qué le pasa, para ello lo mejor es que le hagan un estudio e ir descartando hipótesis. Esposible que el pediatra os derive al centro de atención temprana más cercano para que puedan trabajar con el bebé y con la familia y así poder gestionar mejor la conducta. También podríais buscar dónde trabajan el Círculo de Seguridad Parental más cercano a vuestro domicilio, ya que es un recurso muy bueno para poder generar apego seguro al bebé y mejorar ese tipo de "rabietas".
Hola, gracias por compartir tu preocupación. Lo que describes es algo que, aunque puede resultar muy angustiante para las familias, es bastante frecuente en el desarrollo emocional de los niños de entre 1 y 3 años. A esta edad, los bebés aún no tienen la madurez neurológica ni las habilidades de lenguaje necesarias para regular sus emociones o expresar la frustración de manera adecuada. Por eso, las rabietas, los golpes, los gritos o los manotazos son formas primitivas de comunicación y descarga emocional.
Cuando un niño de 18 meses se enfada con tanta intensidad, suele estar expresando una mezcla de frustración, cansancio, sobreestimulación o necesidad de autonomía (“quiero hacerlo solo”, “no quiero que me limites”). En estos casos, lo más importante es mantener la calma, garantizar su seguridad física y mostrar contención sin castigo ni gritos. Puedes sostenerle suavemente si intenta hacerse daño o golpear, usar un tono firme pero tranquilo (“sé que estás enfadado, pero no te voy a dejar que te pegues”) y ofrecerle después consuelo cuando se calme.
Si estas conductas son muy frecuentes, intensas o parecen estar aumentando, puede ser útil consultar con un psicólogo infantil o con el pediatra, para descartar causas médicas o revisar estrategias de manejo emocional acordes a su etapa. Pero en la mayoría de los casos, con acompañamiento sensible y coherente, estos episodios tienden a disminuir a medida que el niño adquiere más lenguaje y capacidad de autorregulación.
Cuando un niño de 18 meses se enfada con tanta intensidad, suele estar expresando una mezcla de frustración, cansancio, sobreestimulación o necesidad de autonomía (“quiero hacerlo solo”, “no quiero que me limites”). En estos casos, lo más importante es mantener la calma, garantizar su seguridad física y mostrar contención sin castigo ni gritos. Puedes sostenerle suavemente si intenta hacerse daño o golpear, usar un tono firme pero tranquilo (“sé que estás enfadado, pero no te voy a dejar que te pegues”) y ofrecerle después consuelo cuando se calme.
Si estas conductas son muy frecuentes, intensas o parecen estar aumentando, puede ser útil consultar con un psicólogo infantil o con el pediatra, para descartar causas médicas o revisar estrategias de manejo emocional acordes a su etapa. Pero en la mayoría de los casos, con acompañamiento sensible y coherente, estos episodios tienden a disminuir a medida que el niño adquiere más lenguaje y capacidad de autorregulación.
Lo que describes suele ser normal en el desarrollo emocional de los 18 meses. En esta etapa los niños comienzan a experimentar frustración al descubrir que no pueden hacer todo lo que quieren, pero todavía no saben expresar lo que sienten con palabras. Esa mezcla de intensidad, rabia y desconcierto puede traducirse en gritos, golpes o conductas impulsivas como tirarse hacia atrás o golpearse.
No es un signo de agresividad, sino de inmadurez emocional. Lo importante es mantener la calma, evitar los gritos o castigos, sostener físicamente si hay riesgo de hacerse daño y ayudarle a poner nombre a lo que siente (“entiendo que estás enfadado porque no puedes…”). Con el tiempo, y a medida que adquiera lenguaje y autocontrol, estas reacciones irán disminuyendo.
Si los episodios fueran muy frecuentes o intensos, puede ser útil una orientación breve con un psicólogo infantil, para ajustar pautas y acompañar mejor su desarrollo emocional.
No es un signo de agresividad, sino de inmadurez emocional. Lo importante es mantener la calma, evitar los gritos o castigos, sostener físicamente si hay riesgo de hacerse daño y ayudarle a poner nombre a lo que siente (“entiendo que estás enfadado porque no puedes…”). Con el tiempo, y a medida que adquiera lenguaje y autocontrol, estas reacciones irán disminuyendo.
Si los episodios fueran muy frecuentes o intensos, puede ser útil una orientación breve con un psicólogo infantil, para ajustar pautas y acompañar mejor su desarrollo emocional.
Buenas noches por lo que dices son actitudes que pueden entrar dentro de una normalidad en esas edades pero que hay que adquirir herramientas para poder ayudarle en la regulación de sus emociones, especialmente el enfado, te recomiendo los siguientes libros: el cerebro del niño y juegos que unen.
Expertos
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